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2023-02-05 17:23:33 By : Ms. Cathleen Chen

El contacto humano llegará mediado por mamparas. Javier González pule los cantos de una de ellas, que hará las veces de parapeto contra el virus en farmacias, estancos o notarías. Es de cristal templado, al igual que los paneles de ducha fabricados en esta misma planta: “Reinventarse es sobrevivir”, asegura al tiempo que empuña la biseladora.

Ibermampara es una firma madrileña que crea soluciones de vidrio para el baño. La fábrica, ubicada en Móstoles, cerró desde la declaración del estado de alarma hasta el 13 de abril, momento en que se reanudaron las obras de viviendas. La maquinaria nunca había acumulado tanto polvo. El mes de parón hizo que la empresa se acogiera a un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) por fuerza mayor. Afectó a toda la plantilla, compuesta por 50 obreros y administrativos. Ahora la medida se ha levantado para uno de cada cinco trabajadores. Y es que el teléfono de la oficina vuelve a sonar. Al otro lado del cable, los distribuidores insisten en un encargo: pantallas antivirus.

“Nunca habíamos construido algo así. Pero las tiendas de saneamiento empezaron a solicitarlo y se diseñaron prototipos en apenas unos días”, relata González. A las mamparas para baños de nueva construcción se sumaron estos dispositivos protectores. Las primeras pantallas antivirus se sirvieron el pasado lunes. En menos de una semana han llegado 50 pedidos, más de mil unidades. El producto se elabora con vidrio sometido a altas temperaturas que incrementan su resistencia. Las planchas tienen ocho milímetros de grosor y se cortan por medio de una formidable guillotina con muelas de diamante. Después, ya troceado, el cristal pasa a montarse con sus accesorios metálicos.

Los locales comerciales que reabran a lo largo de la desescalada deberán garantizar a sus clientes una distancia de seguridad de dos metros. No obstante, las pantallas se presentan como una garantía extra y proliferan por doquier. Evitan la posibilidad de inhalar al vuelo una gota de virus recién lanzada —al respirar, hablar o toser— por alguien infectado. “Toda cautela parece poca en estos tiempos”, indica Juan Carlos Prieto, director general de Ibermampara. Clínicas, oficinas, bares y restaurantes demandan estos separadores a las tiendas con las que él trabaja. Unos ya han levantado el cierre y tratan de ofrecer sus servicios en las mejores condiciones; otros quieren pertrecharse de cara a una próxima reapertura.

En la Comunidad de Madrid se ubican otros dos fabricantes de mamparas para baño. Hay competencia: “Hacemos pantallas frontales, laterales y colgantes”, asegura Prieto. Especiales para un mostrador o diseñados con el objetivo de separar mesas, los modelos tienen proporciones estándar. Sin embargo, también hay peticiones a medida: “Sobre todo de bares y restaurantes, cuyos locales varían mucho unos de otros. Y ni te cuento cuando empiecen a llamarnos de hoteles. Ellos necesitarán paneles en recepción, comedores y terrazas”. El corte tipo cuesta unos 100 euros. Un precio que se incrementa en el caso de las dimensiones especiales o si se quiere decoración: “Imprimimos sobre el cristal con tintas cerámicas vitrificadas, translúcidas, que no dejan huellas dactilares”.

La nave tiene una superficie de 4.000 metros cuadrados y está dividida en sectores productivos. Vista desde arriba, se asemeja a un panel de abejas. Cada celdilla mide 30 metros cuadrados, más que muchos pisos del centro de la capital. En ellas un operario ensambla el modelo de mampara que le asigna el jefe de fábrica. Se rodean de los útiles necesarios para desempeñar su tarea, de tal forma que los cubículos son independientes. Esta distribución ayuda a mantener la distancia de seguridad. En cada esquina, hay cajas de mascarillas y gel desinfectante. De las paredes cuelgan calendarios, fotos de familia, banderas rojigualdas e imágenes religiosas.

Cada mañana, los trabajadores fichan y se toman la temperatura. Todos llegan en su vehículo privado, pues por seguridad nadie utiliza el transporte público. David Ramos, otro operario, menciona el silencio de estos días: “Solemos ser mucha más gente trabajando con más máquinas. Impresiona tanta tranquilidad”. Aquí la fabricación de pantallas contra la covid-19 acaba de empezar, pero “da esperanza, porque conforme los pedidos aumenten se incorporarán progresivamente más compañeros”. Las mamparas terminadas, embaladas en plástico de burbujas, montan guardia en la entrada hasta que las recoja un transportista.

En el piso superior se encuentran los despachos, la zona de atención al cliente y el salón de muestras. Sobre las mesas hay planos y bocetos de prototipos. Juan Ortiz, gerente y único accionista de Ibermampara, señala la importancia de contar con mercancía almacenada para afrontar una crisis de esta envergadura: “Como aumenta la demanda de pantallas, el precio de los materiales puede subir. Si esa subida fuera exponencial, es posible que ni si quiera resulte rentable tratar de cubrir este nuevo nicho, como les ha pasado a algunas empresas de cristalería”.

Eso está ocurriendo también con el metacrilato, un tipo de plástico endurecido cuyo precio se ha incrementado en dos meses un 30%. Es el soporte preferido para estampar rótulos y ahora el sector de las artes gráficas lo transforma en mamparas adaptadas para cada negocio. Mercadona ha invertido dos millones de euros en proteger y separar con estas pantallas las cajas de sus 1.600 tiendas, según datos de la propia firma. De la instalación se ha encargado la misma filial que les suministra carteles y letreros. “Ese material supone una opción mucho más barata. Cuesta la mitad, es fácil de cortar y moldear, pero se araña con facilidad al fregarse y la luz solar lo amarillea enseguida”, pontifica el empresario

“No sabemos por cuánto tiempo habrá que mantener las mamparas u otras medidas de seguridad, pero no parece que vaya a ser cuestión de semanas. Por eso recomendamos el vidrio, que se mantiene en mejores condiciones durante años”, agrega Ortiz. La producción de cristal requiere un gran gasto energético, pero en el proceso se emiten al aire menos toxinas que con los derivados del petróleo. Además, es completamente reciclable. El verdadero problema para los propietarios será costearlo, tras ocho semanas de comercios cerrados.

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